Se suele pensar que aprender a traducir latín es difícil, incluso muy difícil. Veamos si es cierto.
Cuando una persona quiere aprender un idioma, digamos, por ejemplo, inglés, tiene que aprender a leer un texto de forma correcta, tiene que saber traducir ese texto al español, debe aprender a traducir un texto español al inglés y, además de todo ello, tiene que dialogar con otra persona utilizando la lengua de Shakespeare. Todo esto, y algo más, conforman el aprendizaje de un idioma moderno. Sin embargo, para aprender latín basta con traducir un texto escrito, pues en realidad no es necesario saber cómo se pronuncia una palabra, dado que en la actualidad no se habla; además, resulta innecesario traducir un texto del español al latín, carece de sentido práctico. Está claro que, en vista de lo que se acaba de mencionar, da la impresión de que el latín es fácil de aprender. ¿Por qué, entonces, tanto miedo a enfrentarse a él? Seguramente por prejuicios heredados de otras épocas causados por el sistema de enseñanza y aprendizaje, basado en el arte de la memorización: declinaciones y conjugaciones, principalmente. En este aspecto, hay que recordar que los primitivos hablantes del latín no aprendían a declinar y a conjugar, lo mismo que un hispanohablante no aprende a conjugar un verbo para hablar el idioma. ¿Se puede aprender, entonces, latín sin pasar por el suplicio de las declinaciones y las conjugaciones? Si el latín fuera hablado, sí; pero el latín es escrito, y los textos escritos en latín no representan el latín hablado, sino un latín culto; es como si alguien creyera que los españoles habláramos como lo hacía Góngora o los personajes del Don Juan Tenorio, de Zorrilla. Ahí estriba la dificultad del latín. Una vez salvado este obstáculo, lo demás vendrá rodado.